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Forever games, el primer paso de mi largo camino de vuelta

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Estos últimos meses han sido como un huracán para mí. En cuestión de menos de un año, mi vida ha cambiado prácticamente por completo, y debo admitir que no he sabido sobrellevarlo. Podéis llamarlo mala racha, época complicada, o como queráis, pero el caso es que los pensamientos negativos se apoderaron de mí. Me atravesó una demoledora sensación de solitud, de sentir que estaba perdiendo a la gente que me importaba, que cada vez tenía a menos personas a mi lado, y que era una molestia para aquellas pocas con las que todavía conservaba el contacto. Estas circunstancias y otras que fueron derivando de ellas me llevaron a tener la cabeza repleta de pensamientos tóxicos que no paraban de recordarme lo incapaz que era para cualquier cosa que quisiera hacer, y que mi destino era quedarme solo, sin nadie, porque a nadie le interesaría alguien como yo. Este constante repiqueo de martillo percutor sobre mi cráneo me hizo, como podréis imaginar, aislarme todavía más en mi soledad, alimentar el circulo vicioso y hundirme en la desmotivación y la pérdida de interés por absolutamente todo.

Ni siquiera los videojuegos, una de las pocas constantes que me han acompañado a lo largo de la mayor parte de mis 23 años de existencia, me parecía que valieran la pena. Y darme cuenta de esto me hizo entrar en un estado todavía peor. Sentía un constante sentimiento de desgana, de estar perdiendo la pasión por las cosas que realmente me importaban, y eso me hacía querer forzarme a disfrutarlos, a descubrir nuevos títulos y vivirlos como lo había hecho hasta hacía unos pocos meses, pero ese forcejeo me llevo a conseguir precisamente lo contrario. Una afición es una actividad que disfrutamos y que nos sentimos a gusto realizando. Intentar imponer (a uno mismo o a cualquier tercero) las ganas de hacer cualquier cosa es tan inorgánico y poco útil que ahora, al recordarlo, no puedo evitar verme como un auténtico necio.

Al final, llegó un día en el que toqué fondo. Me vi a mí mismo como una sombra de quien había sido, alguien que había perdido el interés y la motivación por todo, y que solo sabía sentirse solo. Pero ese mismo día, sin saber cómo ni por qué, una idea me cruzó la mente: “he estado intentando jugar a títulos que tenía pendientes y eso no ha dado resultado, pero tal vez podría intentarlo con uno que ya haya jugado”. Me dirigí a la estantería, cogí la caja del Crash Twinsanity de PlayStation 2 (mi primer videojuego) y lo puse en la consola. Y, para mi sorpresa, funcionó. Solamente los sonidos de los logos de Vivendi Universal Games y Travelers Tales apareciendo al iniciarse el juego me erizaron el vello. Después, empecé a tararear el tema de N.Sanity Island cuando comenzó a sonar en el menú principal, e incluso me sorprendí a mí mismo recordando y repitiendo los diálogos de la escena inicial entre Neo Cortex y Coco. Empecé a jugar, y me sentí como hacía mucho que no me sentía: despreocupado, tranquilo, como si me hubiese quitado una gran losa de encima. Sin saberlo en ese momento, estaba por fin volviendo a la superficie tras haberme hundido en lo más hondo, gracias a Crash Twinsanity, mi forever game por excelencia.

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” ¿Sorprendido de verme, Crash? ¡Soy como las pulgas que siempre vuelven a ti!” – Dr. Neo Cortex, 2004

Los forever games son videojuegos a los que, por la razón que sea, vamos volviendo cada cierto tiempo. Títulos a los que siempre nos apetece regresar y que, sin importar cuántas veces los hayamos completado, siempre disfrutamos como en la primera ocasión. Supongo que los motivos que le hacen a cada uno querer rejugar sus forever games pueden ser muy distintos. En mi caso, Crash Twinsanity, Kingdom Hearts, Little Nightmares y RiME son mis cuatro forever games más claros por el cariño tan especial que les tengo. Todos ellos, aparte de parecerme auténticas maravillas del entretenimiento interactivo, llegaron a mi vida en momentos clave y me marcaron tanto que en cierto modo me llevaron a ser quien soy, me definieron como individuo.

Crash Twinsanity y Kingdom Hearts fueron dos de los primeros títulos que entraron a mi casa y, en gran parte, los causantes de mi amor incondicional por los videojuegos. De pequeño los reventé hasta sabérmelos de memoria, y me ayudaron a conocer a mis dos amigos del colegio. Más adelante, tras unos años en los que me descolgué un poco de la industria (aproximadamente durante la séptima generación), Little Nightmares y RiME no solo me hicieron volver a querer estar con un mando en las manos hasta las 4 de la madrugada, sino que me demostraron el gran potencial narrativo y emocional que tienen los videojuegos, y la importancia de los estudios con personal y recursos limitados. Me mostraron cómo los videojuegos pueden ser algo más que simplemente un entretenimiento, y me llevaron a interesarme por ellos en tanto que producto cultural y artístico. Despertaron en mí, además, las ganas de escribir y dar mi opinión sobre los títulos que completaba y, de hecho, dos de los primeros artículos que escribí (publicados en un pequeño blog dejado de la mano de Dios) trataban sobre ellos.

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Los forever games de cada jugador ocupan un lugar especial en su corazoncito, eso está claro, pero estas obras tienen un valor mucho más allá del cariño nostálgico que podamos sentir por ellas. Aunque no sean la solución definitiva, sí creo que pueden ser un aliado a la hora de hacernos sentir mejor, que pueden ayudarnos a afrontar épocas duras de nuestra vida e incluso llevarnos a recuperar la motivación en algunos casos. Volver a este tipo de títulos supone un gran abanico de ventajas, comenzando por el hecho de que son juegos que ya sabemos que nos gustan y, por consiguiente, no tenemos esa incertidumbre de si serán de nuestro agrado o si será algo que nos apetezca jugar en el momento. Los conocemos y sabemos exactamente a qué nos enfrentamos, y eso me lleva al segundo punto.

Estos títulos nos han acompañado a lo largo de una buena parte de nuestra vida, y los conocemos tan bien y tenemos tanta confianza con ellos que son, en cierto modo, como un amigo para nosotros. Han estado ahí durante nuestro crecimiento, y seguramente a medida que hemos madurado y ganado conocimiento, nuestra percepción sobre ellos ha evolucionado. Sin embargo, pensar que siempre que quiera puedo acceder a ellos y pasar un buen rato juntos, al menos a mí me transmite una gran tranquilidad emocional. Me gusta pensar en ellos como una especie de lugar seguro, un espacio conocido y confortable que es amable conmigo y donde no solo me siento aceptado, sino también útil y capaz. Cuando todo lo que hay a nuestro alrededor parece derrumbarse y no tenemos adónde ir ni fuerzas para hacer nada, un forever game puede ser un buen lugar donde refugiarse.

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No sé si me estaré explicando bien, entiendo que esta percepción puede ser algo abstracta, pero a donde quiero llegar es a que estos títulos pueden ser un alivio mental, un lugar de reposo donde sentirnos mejor con nosotros mismos. En parte, porque nos permiten evadirnos de los pensamientos negativos que no nos dejan respirar al menos durante un rato, mientras los disfrutamos. Además, como hemos ido volviendo a ellos varias veces a lo largo de nuestra vida, estos juegos tienen la capacidad de evocarnos recuerdos de épocas más sencillas o menos conflictivas para nosotros, momentos del pasado más estables en los que también los jugamos, y transmitirnos parte de la serenidad y el bienestar que sentíamos en aquel momento. Pero el motivo más sencillo y sin duda más importante por el que los forever games pueden hacernos sentir mejor es porque, por definición, son juegos que amamos, a los que les tenemos aprecio y con los que disfrutamos jugando. Recuperar una actividad por la que sentimos afecto y volver a disfrutarla puede ser el mejor aliado para combatir la negatividad de nuestro interior.

Jugar e incluso completar estos títulos puede darnos un pequeño empujón hacia delante, un poco de motivación y confianza en nosotros mismos que pueden servirnos para empezar a arrancar e intentar seguir avanzando. No son, como digo y remarco, la solución absoluta, pero sí pueden servir como saliente al que agarrarnos durante la caída, como bastón sobre el que apoyarse o como una pequeña ayuda que nos dé la decisión que necesitamos para empezar el cambio. Sin embargo, es especialmente importante recordar que esto no debe forzarse, tiene que ser algo que fluya. De hecho, está bien que no os apetezca jugar durante una temporada. No pasa nada, nuestros gustos pueden intensificarse, debilitarse y hasta cambiar, pero eso no significa que algo haya dejado de gustaros para siempre o que hayáis traicionado vuestros principios. Si de verdad hay algo que os suscita pasión, no os preocupéis, ya os volverán las ganas. Lo peor que se puede hacer es forzarlo, porque eso solo os hará desarrollar un rechazo.

Forever Games

Este es un camino largo y complicado, no os voy a mentir, pero es importante encontrar cosas que nos hagan sentir que vale la pena continuar avanzando, que aligeren el peso de esas cadenas que pretenden inmovilizarnos y dejarnos en lo peor de nosotros mismos. En mi caso, ese algo ha sido recuperar las ganas de jugar y de escribir, pero vosotros podéis encontrar esa ayuda en muchos otros lugares, tanto en antiguas aficiones como en nuevas que siempre os hayan llamado la atención. También es importante no perder de vista que la soledad absoluta no existe, y que siempre puede haber alguien en quien podamos confiar y que pueda echarnos una mano. Y, sobre todo, recordad que pedir ayuda está bien. Todos podemos necesitarlo y eso no nos hace ser menos que nadie. Para acabar, me gustaría decir que si alguno de vosotros, queridos lectores, se siente solo, necesita hablar con alguien o quiere desahogarse, yo estaré encantado de charlar con vosotros (podéis contactar conmigo por Twitter). Dicho esto, no me queda mucho más que añadir. Mucha suerte, muchísimos ánimos, y buen viaje.

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Redactor | Web

Ambientólogo y camarero. Amante de lo japonés, los dinosaurios y la sanfaina con atún. Escribo y juego tumbado, normalmente desde Barcelona.

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