Es indudable que nos encontramos, de la misma manera que ocurre con Gris, delante de una obra de arte videojugable de una calidad excepcional. Técnicamente es impresionante. Ya no solo por lo bien que se ve y lo bien que se juega, sino que el conjunto derivado de juntar narrativa, gráficos, sonido y jugabilidad, está por encima de los mínimos exigidos a cualquier videojuego indie que se precie. Narrativamente es impecable. La manera en la que vamos empatizando con la pequeña loba Neva, al verla crecer y evolucionar, consigue realmente que estemos dentro del videojuego en todo momento. Artísticamente, presenta un estilo marca de la casa absolutamente minimalista, pero que es de lo más bonito que podemos encontrar a día de hoy en nuestras consolas. En ocasiones menos, es más, y este es un claro ejemplo de ello. En contrapunto con el argumento de Gris, centrado en las diferentes etapas del duelo, en Neva nos ponen delante de un proceso de crecimiento basado en un absoluto amor fraternal. Los que somos padres, estamos encantados en como el videojuego, nos ha puesto a los mandos de la experimentación videojugable de la relación cuotidiana que cualquiera de nosotros puede tener con su hijo, o incluso con alguno de sus progenitores. Sin entrar en ningún espolier, y deseando de corazón que podáis experimentar por vosotros mismos las sensaciones que Neva va a ofreceros, podemos asegurar sin ningún tipo de duda, que nos encontramos con uno de los finales más bonitos y emotivos que nuestra cabeza es capaz de recordar. Podréis acceder a él después de dedicarle unas más que suficientes 5 horas. De 6 a 7 para los más completistas.