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[Opinión] Son una minoría

‘Son solo una minoría que arma mucho follón’ es una idea de la que estoy absolutamente convencido. Cada vez que se genera una polémica y que las voces más rancias del sector del videojuego hacen acto de presencia repito esa frase como un mantra.

‘Son solo una minoría’ alego cuando miles de voces puntúan con 0 un videojuego porque hay dos chicas besándose o cuando la crítica a una obra viene dada porque aparece una mujer soldado en portada. Incluso los que, haciendo gala de una tremenda imaginación, recurren a profundas reflexiones para defender sus tesis homófobas, racistas, machistas y/o violentas, siendo mi preferida la de ‘no me puedo identificar con una protagonista lesbiana’  (les será más fácil identificarse con Kirby, una bola rosa que vuela, o con un fontanero bigotudo italiano), también son minoría. Apuesto que, además, son los mismos que consideran irreal que una mujer pueda tener músculos, pero no ven inconveniente en controlar a un gato mamadísimo en Fortnite.

Son minoría, insisto, porque sé que las redes sociales son sólo una parte de la población. Y la gente que las usa con fines destructivos es sólo un pequeño porcentaje. Pero, como es habitual en demasiados aspectos de la vida, dar un palo suele tener más visibilidad y repercusión que dar cien besos. Creo firmemente que la sociedad no puede estar tan podrida como para que la ‘norma’ sea la existencia de gente que considera apropiado insultar a la actriz de doblaje de un determinado personaje o que se acose y derribe a una trabajadora de una compañía porque decida, en su tiempo libre, disfrutar de un videojuego de la empresa rival. Son una minoría armada con el insulto y protegida por el anonimato y la inmunidad que ofrecen las redes sociales. Y todos lo sabemos. Incluso quien es insultado sabe que ciertas voces no merecen ser escuchadas. Pero hacen daño igual, porque el odio desmedido e irracional crea profundas heridas. Y llega a matar, como hemos visto estas últimas semanas.

Son una minoría me repito constantemente a pesar de leer cada vez más opiniones pesimistas de colegas de páginas webs, de periodistas profesionales, desarrolladores o jugadores que se quejan amargamente de la cantidad de violencia y odio que parece emanar el sector. Dicen que queda un mundo por mejorar, mucho camino por recorrer y que estos trolls están arruinando una industria maravillosa. Y lo comprendo. Cómo llevarles la contraria a periodistas cuyos textos – de los cuales quizás ni obtengan beneficio económico – se convierten en una pasarela de insultos y agresiones que pueden llegar a suponer un riesgo para la salud. Cómo no pensarlo si existen ’’’’’’fans’’’’’’ de compañías cuya existencia parece basarse en odiar a la rival. Por cierto, en el top de batallas estúpidas, la guerra de consolas debería estar en el podio (el segundo escalón sería el debate de por dónde se debe cascar un huevo de Los Viajes de Gulliver).

Los trolls, cromañones y haters son una minoría como los que insultan en el fútbol. De hecho, el deporte rey y los videojuegos cada vez son más comparables. Levantan pasiones, entretienen, emocionan, son universales y, en ambos casos, la actitud de un pequeño grupo empaña la imagen que ofrece todo el sector. Cuando una grada insulta al árbitro o un jugador con frecuencia se alega que es cosa de pocos, de un reducido foco que no representa a toda la afición y que debe ser ignorados. Quizás sea el momento de otorgar algo de cuota de responsabilidad al resto de la grada que guarda silencio y permite el insulto, así como al que tiene el poder de condenarlo, impedirlo y no lo hace. En el videojuego igual.

Que no se me entienda mal, que sean minoría no implica que sea un tema menor. Al contrario; ahora mismo es uno de los grandes problemas de la industria. Hay que luchar con toda la fuerza posible contra el acoso por redes sociales, el machismo, la violencia y cualquier otra forma de odio. No deja de ser cierto que las redes sociales son algo reciente, cuyo uso es difícil de regular y es complicado establecer qué se debe permitir y qué no. No voy a ser yo quien tenga la solución a tal debate, pero sí que tengo clara una cosa: en la batalla contra la intolerancia – en cualquier ámbito – no existe la posición neutral. Estar callado, dar difusión al que agrede, no denunciarlo o simplemente ‘dejarlo pasar’ es liberarle el camino para seguir campando a sus anchas.

Este no es un texto que tenga una conclusión clara. No soy una persona dada a la exageración, pero he escrito este párrafo final unas setecientas cuarenta y siete veces, así que voy a optar por la salida fácil, rápida y mediocre (como casi todo lo que escribo): la optimista, digna de una taza de desayuno. Esos que insultan, agreden y contaminan el mundo que tanto amamos son minoría, pese a que armen tanto follón que cueste creerlo. Cuentan con ímpetu y unas ganas de herir que hacen temblar, con un impacto y una visibilidad que no debería tener; es cierto, pero lo que sí tengo claro es que los que respetan el trabajo de la gente, realizan una crítica constructiva, demuestran tolerancia y, lo más importante, disfrutan jugando y no odiando son la gran mayoría.

 

Más debate sobre este tema en el DeVCast Premium 3, publicado en Patreon en el mes de Junio

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Autor

Pese a mi continua obsesión con la literatura, los videojuegos y el deporte, logré acabar mis estudios de filología. Resido en Italia y adoro la pizza.

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