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Aragami: guía para menearse como un auténtico ninja

¿Alguna vez os habéis preguntado por qué los ninjas? Quiero decir, por qué, de entre todas las entidades del folklore, la cultura y la tradición japonesa, los ninjas han sido siempre un referente de la cultura nipona en occidente. Los medios audiovisuales están llenos de esto, desde mis adoradas Tortugas Ninja hasta la famosa saga de videojuegos Ninja Gaiden, pasando por iconos culturales como Naruto o Yuffie y un larguísimo etcétera. La verdad es que yo sí me lo he preguntado, y después de darle unas cuantas vueltas, creo haber dado con una posible respuesta: Los ninjas (o shinobis, depende de a quién le preguntes) son unos guerreros que no se rigen por las mismas reglas que el resto de unidades militares. Ellos emplean métodos totalmente distintos, formas no ortodoxas de hacer la guerra que les permiten tanto reducir el número de tropas enemigas como obtener información sobre estas. Por ejemplo, el uso del sigilo en vez de la acometida cara a cara, el abandono de las armaduras resistentes pero pesadas en pos de una mayor movilidad y agilidad, o el dominio de la técnica en las artes marciales sobre la fuerza bruta. Y es este cambio de paradigma lo que tanto nos llama la atención y hace que destaquen sobre el resto de guerreros. Es por eso por lo que creo que es tan importante plasmar la agilidad y el movimiento de los ninjas cuando estos se representan en una obra, y también es por eso por lo que es tan agradecido ver, leer o jugar historias donde esto esté tan bien representado.

Si os cuento todo esto no es porque haya decidido secuestrar la web y convertirla en un blog sobre la cultura japonesa. No, amigos, el golpe de estado tendrá que esperar. El motivo de esta mini-chapa es que me viene de perlas para introducir el juego del que hoy he venido a hablaros. Aragami es un videojuego de sigilo desarrollado por Linceworks, un estudio barcelonés que se estrenó en 2016 con este mismo título. En él controlaremos al aragami, un espíritu shinobi vengativo con poderes sombríos al que la gente invoca para pedirle que cumpla un único cometido. En el caso de nuestro protagonista, la persona que lo invoca es Yamiko, la princesa del clan de las sombras, que ha sido atrapada por los soldados de la luz, y la tarea que nos pide es que la liberemos y la ayudemos a vengarse de estos tipos, que mataron a su familia. Para conseguirlo, avanzaremos por un buen puñado de niveles en los que primero deberemos recuperar unos talismanes que permitan romper el sello que tiene cautiva a la princesa, y después infiltrarnos en la ciudad para liberarla.

El diseño del aragami es bastante guapote. Ya está. Esta foto solo la pongo para comentar cuánto mola el estilo de este tío.

Comenzando por el diseño de estos niveles, creo que lo primero que debería decir es que me sorprendió lo grandes y amplios que son. Este planteamiento de las fases tan abierto diluye en cierto modo la linealidad del juego, porque permite que el jugador pueda tomar diferentes rutas para llegar a un mismo lugar. Al final, el objetivo sigue siendo ir del punto A al punto B, pero el segmento que une estas dos ubicaciones lo trazamos nosotros. Además, este diseño permite olvidarse durante un rato del objetivo principal y dedicarse a explorar un poquillo en busca de pergaminos, los coleccionables del juego. En función de lo interesados que estemos en buscar estos elementos, de la cantidad de enemigos que estemos dispuestos a enfrentar, y de qué camino permita que nos flipemos más, decidiremos una ruta u otra. Es precisamente este último factor, el hecho de venirse arriba y fliparse como un animal, el que se relaciona directamente con la agilidad y el movimiento de los que he hablado al principio, y es por eso por lo que creo necesario comentarlo en profundidad.

Muy bien, quitémonos rápido las máscaras y pongamos las cartas sobre la mesa. Al jugar a esta clase de títulos ponemos un esfuerzo especial en no sólo utilizar las habilidades del protagonista y el diseño del nivel a nuestro favor para completarlo, sino además para hacerlo de la manera más dinámica posible. Y esto es, simple y llanamente, porque jugar de este modo es tremendamente divertido. Por supuesto que existe la opción de empezar a correr palante pasando de todo hasta llegar al objetivo de esa fase, y en la mayoría de ocasiones sería más eficaz, pero también perdería toda la gracia. Aquí no hemos venido a ser eficientes, sino a ser vacilones. A acercarnos por la espalda y encadenar eliminaciones de guardias en completo sigilo, a sentirnos una sombra indetectable que se desplaza entre multitudes de enemigos, a exprimir al máximo las mecánicas que propone el juego y, en resumen, a sentirnos los putos amos.

Las animación para ejecutar a los soldados son realmente abundantes, y varían en función de cómo y desde dónde les ataquemos.

Esto se consigue principalmente gracias a las habilidades básicas del aragami, unos movimientos realmente guays que sirven para moverse sigilosamente por las sombras (donde, por cierto, es mucho más difícil ser detectados) y que, una vez dominadas, permiten una gran libertad de desplazamiento. El primero de estos movimientos es el salto sombrío, que consiste en teletransportarse a cualquier ubicación en la que se esté proyectando una sombra en un cierto radio alrededor del protagonista. Esto, además de desplazarnos más rápido que andando y de una forma más silenciosa que corriendo, permite llegar fácilmente a lugares difíciles de alcanzar por cuestiones de altura o distancia, y colocarse en posiciones estratégicas para acometer contra enemigos. La segunda habilidad clave del protagonista es la capacidad de crear pequeñas parcelas de sombra en áreas iluminadas, cosa que, combinada con el salto sombrío, hace del movimiento en este juego una auténtica delicia. Encadenando saltos y proyecciones de sombras podremos movernos a gran velocidad, saltar grandes distancias, subir muros altos y meternos por cualquier agujerillo, todo con una fluidez muy satisfactoria. Estos movimientos, sin embargo, no son ni mucho menos ilimitados, ya que dependen de una energía que se gasta al utilizar estas habilidades o exponernos a la luz y que se recupera al posicionarnos en las sombras. Esto refuerza todavía más el concepto de utilizar las sombras a nuestro favor y nos exige que nos mantengamos ocultos y evitemos salir a la luz tanto como podamos.

El combate continúa con este esquema de sencillez efectiva. La mayoría de los enfrentamientos se resuelven a un golpe: o nosotros atacamos primero y derrotamos al soldado enemigo, o este nos alcanza antes, con lo que moriremos y tendremos que empezar desde el último checkpoint. En este sentido, por tanto, cobra muchísima importancia decidir cuándo, dónde y desde dónde atacar para evitar que tanto el soldado que queremos eliminar como los que patrullan alrededor puedan vernos y oírnos. Para hacer esta tarea más fácil y añadirle algo de variedad, podremos desbloquear algunas habilidades especiales a través de los antes mencionados pergaminos. Cada uno que recojamos nos otorgará un punto de habilidad y, al hacernos con unos cuantos, podemos cambiarlos en el menú de pausa por una nueva técnica para nuestro ninja sombrío. Estas habilidades son otro punto fuerte del juego, esencialmente porque todas están muy bien pensadas y son bastante útiles. Además, permiten expandir un poco las mecánicas de juego, añadiendo más opciones tanto al combate como al desplazamiento y potenciando la flipadez del jugador a cada nuevo paso.

Gracias a la capacidad del aragami para subir a zonas elevadas, los niveles ganan una verticalidad muy agradecida.

Por desgracia, este flow en el movimiento y este venirse arriba se ven obstaculizados en ocasiones por algunas mecánicas que no terminan de funcionar bien y que cortan bruscamente ese dinamismo tan satisfactorio. A veces, por ejemplo, es necesario estarse 4 o 5 segundos intentando apuntar al sitio exacto al que queremos hacer el salto sombrío hasta que el juego lo detecta como una superficie viable para teletransportarse. No es algo que haga de Aragami algo injugable, pero rompe por completo la fluidez del movimiento y sí puede sacarnos de la experiencia con facilidad. Además, en algunas ocasiones se echa de menos un salto, ya no para cubrir distancias grandes (porque para eso el movimiento entre sombras funciona a las mil maravillas) sino para sortear pequeños obstáculos o muros bajos que no son tan fáciles de superar con el salto sombrío y que, una vez más, cortan la experiencia al tener que rodearlos para poder seguir avanzando.

De la misma forma, entre sección y sección de sigilo a veces se nos introduce una zona de plataformeo más puro, sin enemigos, que a pesar de su buena intención, puede ser bastante aguafiestas. En estas secciones, el problema no reside en el control, ya que el personaje se maneja igual de bien durante estas partes y el resto del juego. Los inconvenientes surgen por su diseño. Una de estas areas es terrible e innecesariamente compleja, pudiendo llegar a ser incluso injusta, donde lo que cuenta no es la habilidad para esquivar obstáculos que tenga el jugador sino simplemente la suerte que tenga en cada intento. El resto son muy muy simples, con lo que tampoco aportan nada y se sienten más como un vacío entre dos secciones que no sabían cómo conectar que como un reto interesante. Por suerte, estos momentos son escasos (solo hay una fase frustrante y 3 o 4 de las sencillas), pero aun así creo que se podrían haber planteado de otra manera o directamente se podría haber prescindido de ellos.

Una de las habilidades que podemos desbloquear es un monstruo sombrío que sale del suelo y devora brutalmente a un enemigo. Si este no es el mejor juego de la historia yo ya no sé.

Cambiando completamente de tema, creo que hay otro concepto bastante interesante de Aragami que es importante explicar y al que he decidido apodar cariñosamente la “libertad de interpretación”. Como en la mayoría de juegos de sigilo, en este título el mapa termina siendo un gran puzle que debemos resolver para llegar del punto A al punto B sin ser descubiertos. Lo que hace de Aragami un juego llamativo en este sentido es que, debido a su diseño tan abierto y a las habilidades del protagonista, le da al jugador más libertad para elegir cómo quiere completar este puzle. ¿Quieres ser una sombra y moverte evitando el conflicto y a todos los guardias? No solo puedes hacerlo, sino que se te proporcionan cantidad de rutas posibles para ello. ¿Prefieres avanzar eliminando a los guardias que puedan dificultar tu progreso, pero obviando a los que no se entrometan en tu camino? El juego te brinda varias técnicas desbloqueables que permiten afrontar cada enfrentamiento de diferentes maneras, añadiendo incluso algunos toques de pensamiento estratégico ¿Quieres ser un auténtico espíritu vengativo y eliminar a todos los guardias de la luz de cada nivel para demostrarles quién manda? Dale caña.

En este sentido, incluso puede decirse que Aragami es, en cierto modo, un juego de rol. Como el juego solo nos dice “tu objetivo es llevar a este sitio” pero nos da libertad para decir cómo llegamos, es muy fácil adaptar la forma en la que jugamos a nuestros gustos. Yo, por ejemplo, decidí que intentaría evitar ser visto por todos los medios, y que solo entraría en combate cuando fuese imprescindible, y parte de la gracia de la partida estuvo en mantener esta premisa que me había autoimpuesto hasta el final. Tal vez otra persona interprete el papel del aragami de otra manera y afronte los retos con otra mentalidad, pero también será un planteamiento acertado. Que el juego proporcione tantas opciones hace que mucha gente pueda afrontar los retos que propone según sus gustos y que, en consecuencia, mucha gente pueda disfrutarlo. Jugar es más divertido cuando te dejan hacerlo como quieres.

Algunos niveles hacen gala de una complejidad y una belleza sorprendente.

En cuanto al apartado visual, no hay mucho que mencionar que no hayáis podido ver en las imágenes que acompañan este texto. El juego utiliza un estilo cell shaded que le sienta muy bien y le da bastante personalidad. Además, algo interesante del diseño visual es cómo el juego se las apaña para presentar toda su información sin apenas interfaz. Todo lo que necesitamos saber sobre el protagonista (usos de las habilidades especiales y energía de sombra restantes) se muestra en su capa. Además, como ya he mencionado antes, morimos de un golpe, así que no es necesaria una barra de salud. Siempre mola ver juegos que saben integrar la información sin necesidad de llenar la pantalla de barras y marcadores, así que genial en ese sentido.

Referente a la rejugabilidad del título, cabe decir que al final de cada capítulo obtendremos una puntuación en función de los guardias que hemos eliminado, las veces que hemos sido detectados, y alguna otra variable más. Sinceramente, yo no he prestado atención a estas puntuaciones porque no me importa mucho (ya me conocéis, soy una persona sin ambición), pero los que quieran sacar una S en todas las fases deberán invertir unas cuantas horas extra además de las 7 u 8 que dura la historia principal. Además, también existe la posibilidad de obtener unas medallitas al acabar cada pantalla que nos permiten desbloquear trajes alternativos para el aragami. Hay un total de tres por cada capítulo, y se consiguen al completarlo sin ser visto por ningún enemigo, al terminar sin matar a nadie, o al eliminar a todos los soldados del nivel. Todo esto unido a la posibilidad de repetir algunas zonas para recoger los pergaminos que nos hayan faltado, hace de Aragami un juego con bastantes opciones de rejugabilidad para los que se hayan quedado con ganas de más.

Volviendo a lo que he comentado al inicio del texto, Aragami hace un gran trabajo al plasmar la agilidad y el movimiento característicos de los ninjas en forma de videojuego de acción y sigilo. A pesar de algunas secciones que no terminan de estar bien resultas y de alguna acción con un control algo menos pulido de lo ideal, el resultado sigue siendo desafiante, satisfactorio y engorilante a partes iguales. Creo que es bastante complicado que alguien se aburra jugando a este título, porque tanto la libertad que otorga para plantear los retos de formas diferentes como la premisa de fliparte siendo un ninja hacen de Aragami un juego disfrutable por un gran espectro del público. Aun así, si tuviese que recomendarlo, diría que es un must play para todos aquellos amantes de los juegos de sigilo y para los interesados en la cultura y la tradición japonesa. Eso sí, para estos últimos tengo una pequeña mala noticia: Aragami no termina de ser del todo fiel a lo que explican los antiguos textos sobre los shinobi ya que, a pesar de la gran ambientación y de la fidelidad en los movimientos del protagonista, el juego no permite infiltrarse en el Area 51 corriendo como Naruto.

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Redactor | Web

Ambientólogo y camarero. Amante de lo japonés, los dinosaurios y la sanfaina con atún. Escribo y juego tumbado, normalmente desde Barcelona.

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